INTRODUCCIÓN
Los hechos que nos convocan involucran, de manera preocupante, la propia subsistencia del ser humano, la calidad de vida en los órdenes hoy aceptados de sociabilidad; pero esos mismos hechos, también involucran en su dinámica involutiva, las ideas de futuro y hasta el propio sentido de la política, entendida como camino a seguir para zanjar las diferencias entre los seres humanos, entre las comunidades, y por supuesto, entre los estados.
Los sucesos del 11 de septiembre de 2001 evidencian no sólo la capacidad humana para generar dolor, sino la pérdida del sentido de la política como eje sobre el cual giran las relaciones entre los estados. Aquí no se hará un juicio de responsabilidades, como tampoco una apología a la venganza y mucho menos se convalidará las razones que sustentan hoy las respuestas de aquellos que se sintieron ofendidos con los ataques. Se trata de un texto político en estricto sentido.
Con el ataque del 11S se pronuncian y se justifican llamados a la Xenofobia, a patriotismos enfermizos, a nacionalismos radicales, así como desbordes en el uso de la fuerza militar; y la exacerbación de los intereses económicos por encima de consideraciones humanas aceptables para la condición de seres racionales.
Pareciera entonces que con el lastimero y asombroso desplome de las torres gemelas, se diera un cruce peligroso de aristas propias de la vida moderna, que prolongará para siempre sueños quiméricos como la paz mundial y la hermandad entre los pueblos; por el contrario, se disparan los más racionales intereses que van desde la dominación económica, cultural, militar, ideológica, siempre en intención de someter aquellos pueblos que por cuestiones históricas o por caprichos del destino, han estado a la vanguardia, por encima de otros, en una idea concebida ya como consuetudinaria.
Son varias las aristas, hechos y factores que encontraron como punto de inflexión el 11 de septiembre del 2001; y que dejaron al descubierto políticas hegemónicas, que se expresan en las guerras en curso, así como en aquellas que se desarrollan abiertamente en un desafío a la legalidad internacional, como aquellas que se desarrollan en denominadas áreas sombra de la informalidad de los estados; todo lo anterior ha permitido el desarrollo de un discurso moral que desemboca en la clasificación de estados como canallas, cómplices e incluso fallidos (Failer state) y la criminalización de los otros, con el objetivo de minimizar o sugerir la perversión de la cada vez más menguada capacidad de autodeterminación de los pueblos.
Hoy, cuando ya han pasado tres años de aquel execrable suceso, es bueno intentar una lectura de un hecho clave, pero no por ello definitivo, en la política internacional.
EL TERRORISMO: ¿CUESTIÓN IDEOLÓGICA O ARTILUGIO ECONÓMICO?
Abordar el tema del Terrorismo implica hablar del ejercicio de la violencia, más allá del problema ideológico que subsiste al señalar qué actos pueden ser considerados o no como terroristas; así entonces, el ejercicio de la violencia a través del uso de armas o insumos bélicos es un acto racional, propio del ser humano instalado hoy en una dinámica de desarrollo tecnológico y preso en los mundos artificiosos del consumo y del éxito económico; es decir, indica una acción humana en tanto conciencia de los objetivos a lograr.
El terrorismo se inscribe, curiosamente, al igual que el narcotráfico, en la dinámica producción – distribución - consumo propuesta por Marx. Es decir, involucra a fabricantes (productores), distribuidores y consumidores de superanfo, TNT, estopines, dinamita, C4 y todo el desarrollo tecnológico aplicado a las acciones terroristas; incluye por supuesto, todo el financiamiento de redes y grupos terroristas, cuyos recursos económicos están o viajan entre varios de los paraísos fiscales que se aprovechan del rendimiento de las cuentas; o con el ocultamiento de multinacionales bancarias a las que poco les interesa saber de dónde viene el dinero (recuérdese la amenaza de la Unión Europea de perseguir los recursos económicos - cuentas bancarias - de grupos terroristas como el Hamas y las propias Farc en Colombia)
El terrorismo en esencia y por extensión en la consideración humana, es maniqueo; de un lado estarían los Buenos (Estados que atacan y luchan contra el terrorismo, apelando al terrorismo; o que hacen Terrorismo de Estado); y los Malos, que son aquellos Estados que patrocinan, encubren, apoyan o guardan nexos con organizaciones terroristas; hay que señalar eso sí, lo curioso que resulta reconocer que esas mismas organizaciones o redes terroristas han mantenido “buenas y cercanas” relaciones políticas, económicas y militares con los propios Estados terroristas como Estados Unidos e Israel, para citar dos ejemplos (Bin Laden y su red de Al- Quaeda, sirvieron a los intereses estadounidenses en Afganistán; e Israel ataca blancos civiles palestinos en aras de mantener la ocupación de los territorios, desconociendo, entre otras cosas, las propias resoluciones de la ONU)
Recuérdese la intervención militar de los Estados Unidos en Nicaragua en los 80 y la posterior condena de la Corte Penal Internacional en el poco recordado fallo del 27 de junio de 1986. Carlos Villán Durán recuerda que “la Corte Internacional de Justicia abordó la ilicitud, a los ojos del Derecho Internacional, del uso de la fuerza unilateral por parte de un Estado (en el caso, Estados Unidos) contra otro Estado (Nicaragua), utilizando como pretexto la protección de los derechos humanos.
En efecto, la CIJ falló, entre otras cosas, lo siguiente: <<268. De cualquier forma, si los Estados Unidos pueden ciertamente tener su propia apreciación sobre la situación de los derechos humanos en Nicaragua, el empleo de la fuerza no puede ser el método apropiado para verificar y asegurar el respeto de tales derechos>>.
Señalar a los Estados Unidos como un “Estado terrorista” advierte y despierta en los receptores, seguramente en Ustedes, cierta sospecha ideológica hacia quien hace el señalamiento; pues bien, el reconocido lingüísta, Noam Chomsky lo ha dicho en reiteradas ocasiones: los Estados Unidos hacen terrorismo. Para el caso concreto de Nicaragua, recuerda que “en los años ochenta, Nicaragua fue sometida a un violento ataque por parte de Estados Unidos. Murieron decenas de miles de personas. El país fue prácticamente destruido. Es posible que no se recupere nunca. El ataque terrorista internacional estuvo acompañado por una guerra económica devastadora...”
Las acciones terroristas y el Terrorismo en sí se mueven en dos caminos: el de la legalidad (terrorismo de Estado) y el de la ilegalidad (aquel perpetrado por agrupaciones o individuos señalados como delincuentes) Aquí entonces el factor político entra en juego, dado que la acción terrorista en algunos casos puede venir investida o recubierta del elemento político, en tanto persigue cambios en las estructuras o maneras como se ejerce el poder económico y político, las relaciones entre estados y la forma como funciona el propio orden internacional; todo dependerá de las características de la víctima del ataque y por supuesto, del atacante; pero también, los hechos y acciones propias del terrorismo o calificadas como tal, pueden no representar intereses que le permitan alcanzar al estatus político, instalándose por defecto en un nivel prepolítico.
SEGURIDAD NACIONAL Y TERRORISMO
Hay dos elementos clave que hay que tener en cuenta para tratar de comprender los efectos políticos generados a partir de lo sucedido el 11 de septiembre de 2001 (en adelante 11S) Y éstos son: por un lado, la Doctrina de Seguridad Nacional de los Estados Unidos; y por el otro, las prioridades en la agenda política del Departamento de Estado. Estos dos factores se entrecruzan, hecho que exalta procesos hegemónicos en lo político, en lo económico y en lo cultural.
Digamos que antes de los hechos del 11S la Doctrina de Seguridad Nacional de los Estados Unidos venía ajustándose a las nuevas dinámicas internacionales, resultado de la caída del Muro de Berlín, la implosión de la URSS, y por supuesto el triunfo del capitalismo; aparecen también en el “nuevo escenario”, un proceso globalizador avasallante, otro desideologizador que daba sentido y razón a los planteamientos de Fukuyama, apoyados todos, claro está, en una suerte de unanimismo, reproducido en gran medida por organizaciones periodísticas y la propia industria cultural de Occidente.
En ese escenario de posguerra Fría aparece por supuesto la guerra contra Iraq (operación Tormenta del Desierto, 1991), instalando de alguna manera a los Estados Unidos como fuente única de poder mundial, por lo menos desde la perspectiva de Bus (Padre)
El asistir al ejercicio de un poder unipolar, representado en la gran potencia americana, hizo que el propio Departamento de Estado y demás organismos consagrados a la política internacional americana, cambiaran y mantuvieran en otros casos, posturas alrededor de conflictos y problemas que requerirían una especial vigilancia hasta antes de los ataques terroristas.
Para el caso de América Latina, los Estados Unidos cambiaron la percepción – y preocupación - en los años 90 sobre la exportación de la Revolución armada por parte de Cuba (el dictador renunció en forma unilateral a ello) y la propia dinámica de los llamados Conflictos de Baja Intensidad, como el colombiano.
Hay que decir entonces que la Doctrina de Seguridad Nacional americana cambió en los 90, aunque está claro que hoy más que nunca sigue siendo un concepto central de la geopolítica de la gran potencia; el cambio se evidenció al abandonar la preocupación por la lucha ideológica (los proyectos de izquierda armada derrotados como consecuencia del desplome del mal llevado proyecto socialista), para concentrarse en disímiles problemáticas, surgidas de las entrañas de un proceso globalizador traumático.
La preocupación se concentraba, antes de los ataques del 11S, en las siguientes tareas en su política exterior: afianzamiento de estados democráticos en interés de mantener relaciones asimétricas y niveles de gobernabilidad aceptables, en especial en AL; preocupación, aunque tardía, por la violación de los Derechos Humanos y la consecuente patente de corzo para justificar eventuales “intervenciones humanitarias”; no podemos olvidar la estéril, pero conveniente lucha contra el narcotráfico y el control a las migraciones; discusión alrededor de patentes, así como preocupación por la biopiratería y la conservación de reservas ambientales como refugio para investigaciones futuras en bioingeniería, especies mejoradas, control biológico y búsqueda de curas a enfermedades mortales, en claro interés estratégico de las grandes multinacionales farmacéuticas; en lo económico, por supuesto, la defensa a ultranza del librecambio y las medidas aperturistas propias del neoliberalismo.
Así las cosas, los atentados contra el World Trade Center y el Pentágono, con el decisivo apoyo mediático en función del poder de penetración de la Televisión, obligan al Depto de Estado y a quienes alimentan el concepto imperial de la Doctrina de Seguridad Nacional, a cambiar el orden de las prioridades; de esta manera, la lucha contra el Terrorismo se ubica en un primerísimo primer plano de los intereses americanos.
Comparto con Chomsky cuando afirma que “... el gobierno de Estados Unidos explota ahora la ocasión de apretar su propia agenda: militarizar, desarrollar la <<defensa antimisiles>> - códigos para militarizar el espacio -; socavar programas sociales democráticos; socavar también las preocupaciones por los penosos efectos de la <<globalización>> corporativa, los temas del medio ambiente, el seguro de salud; restringir las libertades, de modo de acabar con las protestas y el debate públicos”.
Y las prioridades de una “nueva” Doctrina de Seguridad Nacional americana se pusieron en evidencia en el pronunciamiento del presidente George W. Bush, el 17 de septiembre de 2001, tan sólo seis (6) días después de los atentados contra los símbolos del auge económico y de seguridad de los Estados Unidos.
El texto inicia de esta manera: “Las grandes luchas del siglo XX entre la libertad y el totalitarismo terminaron con una victoria decisiva de las fuerzas de la libertad y en un solo modelo sostenible de éxito nacional: libertad, democracia y libre empresa; Hoy, Estados Unidos disfruta de una posición de fuerza militar sin paralelo y de gran influencia económica y política... Defenderemos la paz al luchar contra los terroristas y los tiranos. Los terroristas están organizados para penetrar las sociedades abiertas y tornar contra nosotros el poder de la tecnología moderna.
Para derrotar esta amenaza debemos utilizar cada herramienta de nuestro arsenal: el poderío militar, la mayor defensa de nuestro territorio nacional, la aplicación de la ley, la recopilación de inteligencia, y gestiones vigorosas para cortarles la financiación a los terroristas. La guerra contra el terrorismo de alcance global es una empresa mundial de duración incierta. Estados Unidos ayudará a aquellos países que necesiten nuestra ayuda para combatir el terrorismo. Y Estados Unidos hará responsables a aquellos países comprometidos con el terrorismo, incluso aquellos que dan refugio a los terroristas, porque los aliados del terrorismo son enemigos de la civilización.
El peligro más grave que enfrenta nuestra nación está en la encrucijada del radicalismo y la tecnología. Lo acaecido el 11 de septiembre de 2001 nos enseñó que estados débiles, como Afganistán, pueden representar un peligro tan grande para nuestros intereses nacionales como los estados poderosos.
La pobreza no hace que los pobres se conviertan en terroristas y asesinos. Pero la pobreza, las instituciones débiles y la corrupción pueden hacer que los estados débiles (¿Fallidos?) sean vulnerables a las redes terroristas y a los carteles de narcotraficantes”.
Ese era el tono de esa “nueva” Doctrina de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, posterior a los atentados del 11S. El pasado 25 de junio de 2003, Roger Noriega, representante permanente de los Estados Unidos ante la OEA, afirmó que “la seguridad hemisférica debe coordinarse e intensificarse más para atender los retos del siglo XXI; Noriega hizo notar que a medida que se desvanecen los peligros de la Guerra Fría, estos han sido reemplazados por nuevas amenazas como el terrorismo, los narcóticos y el tráfico de armas, y las empresas criminales transnacionales.
Estas nuevas amenazas, apuntó, requieren respuestas "coordinadas, cooperativas y multilaterales" de parte de los gobiernos hemisféricos, dado que "que ningún estado puede ocuparse de ellas por sí sólo".
Agregó que “la Conferencia Especial sobre Seguridad Hemisférica a llevarse a cabo en México en octubre, ofrecerá una oportunidad de definir una perspectiva hemisférica común de la seguridad en el siglo XXI; Noriega indicó que los líderes hemisféricos deben participar en un debate a fondo "para definir las amenazas existentes y en surgimiento y las fuentes de inseguridad, hacer un inventario de las herramientas que existen para lidiar con ellas y considerar cualquier método y medida adicionales que se requieran".
Estamos pues ante una política de seguridad de alcance global que expone el elemento delincuencial y policivo, hecho que indica que el gran gendarme del mundo defenderá, en nombre del mundo, de los principios de la libertad, la democracia, de la libre empresa y de los derechos humanos, a aquellos estados que guarden tributo a estas prioridades; lo contrario sucederá con aquellos que intenten ir en contra de éstos designios o dogmas de fe, del gran imperio.
Al tratarse de un rol policivo no consensuado, el poder de los Estados Unidos gravita entre la estrechez legítima que le entrega el haber sido víctima del terrorismo y la ingobernabilidad natural de los señalados Estados fallidos, circunstancia ésta que justifica el tutelaje del gran país del norte.
En esa dirección Peter Lock, durante el Foro Social Mundial Temático, señaló que “... Estados Unidos, como potencia militar hegemónica incontestada, tiene la intención de emplear de manera ubicua y preventiva medios violentos para imponer sus intereses dentro del marco de la así llamada guerra contra el terror”.
Después del 11S, asistimos a una nueva retórica de la guerra y de las relaciones internacionales entre los Estados; una nueva retórica que se apoya en el poder militar y económico de los Estados Unidos, en la derechización del mundo occidental y por supuesto en el triunfo del capitalismo; y que tiene en el unanimismo ideológico la expresión máxima sobre la cual gira la lógica económica.
Por supuesto que Colombia no escapa a esa “nueva retórica de la guerra”, por el contrario, con el Gobierno de Uribe Vélez el unanimismo ideológico se impone, en parte, gracias a los medios de comunicación y a los estados de opinión generados en distintas esferas y ámbitos por estos; el Plan Colombia es una muestra clara del giro que tomó el conflicto armado interno con la llegada de Uribe a la presidencia. Y es así cuando el propio presidente ha dicho que aquí no hay actores armados, que aquí no hay conflicto, que es un problema de unos bandidos.
Cuánto duren los efectos de los sucesos del 11S es una pregunta que sólo la historia podrá explicar, lo cierto es que por ahora, la nueva retórica nos obliga a rechazar el terrorismo, ocultando las “razones y justificaciones” de quienes lo usan como estrategia de guerra, dado el moralismo que atraviesa a esa nueva retórica; nos lleva a aceptar, por ende, lecturas maniqueas de aquellos que actúan y piensan distinto; y lo más preocupante es que detrás de ese unanimismo, se vende la idea de que el conflicto armado interno se acabó, que es cosa del pasado, hecho que está más del lado de las sensaciones y de las percepciones, que de la realidad.
|