Edición Enero 2004

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  Autor:  Hammurabi Blanco Ambriz Anterior     Trabajo Publicado      Siguiente
México

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Sociedad
Microcuento del Grafitti y la Familia - 26/11/2002


Microcuento del Grafitti y la Familia

Suena el timbre de la casa. El señor Ávila se levanta de su reposset con cara de enfado, le han interrumpido su lectura diaria de periódico “Reforma”. Ya cerca de la puerta se asoma por la ventana. Un policía con la camisa desarreglada y una barriga prepotente está curioseando la correspondencia que levantó del tapete en el escalón último.
¿Me permite? Dice el señor Ávila al pancete aquel que enbobado con las cartas y revistas en sus manos, no se percató del ruido de la puerta al abrirse.

¡Claro! ¿Es usted el señor Efrén Ávila?
¿Qué se le ofrece poli?
Oficial, por favor. Soy oficial de la policía. No poli.
Dígame, ¿qué se le ofrece O F I C I A L?
¿Es usted el tutor del joven que está en la parte trasera de la patrulla?
¡Sí, soy su padre! ¿Ocurre alguna irregularidad... O F I C I A L?
Lo descubrimos pintando una barda con este esprai. Trató de huir, pero le alcancé.
¿Usted?
¡Ah, no! Mi subordinado. Yo soy quien comanda la patrulla.
¿Y qué procede? ¿es necesario ir a la delegación?
No es necesario, creo que podemos arreglarnos. Es un delito menor y no hay porqué atemorizar al chamaco.
Un rato en el tambo no le caerían mal, si infringió la ley, que asuma la responsabilidad.
No sea gacho con su muchacho. Mire, se ve que no es mal hijo. Dénos nomás pa’la gasolina y no hay fijón. Ya sabe, estas nuevas patrullas tragan gas como bestias y en la comandancia no nos dan suficientes vales. ¿Qué dice?
Traigalo y que él mismo liquide lo del taxi... ups, perdón. Lo de la gasolina.

El policía indica a su colega que traiga al muchacho a quien le abre la puerta y prendido del cuello lo conduce a la puerta de la casa.

¿Un cien está bien para el tanque “jefe”?
El oficial silba como seña de afirmación y agrega.
Of corse mai jorse. Cuide a su chamaco, que la calle está llena bárbaros. No se le vaya a echar a perder.
Le agradezco poli.

Ya dentro de la casa, se sientan. Uno en el reposset y continua la lectura del diario. El otro sin dejar de presionar el botón de cambios del control remoto, sintoniza el canal de música alternativa en el teve.

¿Qué? ¿así nomás sin regaño, sin reprimirme, sin castigo?
No es necesario. Ya tienes suficientes pelícanos en el coliseo romano para saber lo que haces, o debes hacer, y sus consecuencias.

¿y eso por qué? ¿estas haciendo churritos de marihuana de nuevo o qué tranza?
No. Simplemente me recordaste las estupideces que hacía cuando era ligeramente mayor que tú. Así como me ves, también hice mis grafittis.
¿a poco? ¿y te cayó también la chota?
No. Por grafitear nunca. Nos apañaban por los desmanes que hacíamos después de los partidos de futbol, no importaba si se ganaba o se perdía, lo importante era el sabor de la adrenalina corriendo por las venas después de un partido con toda la euforia descontrolada.

¿y se adueñaron de muchas paredes?
¡Hartas paredes! No recuerdo cuantas, pero la primera fue la mejor de todas. La más atrevida, la más irónica, la más impertinente, la rebelde, la retadora, la obra maestra, la dinamita que marcó un periodo de vida. La venganza.

Después de un partido, ni siquiera de futbol, de un partido de futbol americano. La semifinal para ascender de la ONEFA a los Diez Grandes. Fue contra los frailes de la Universidad, dizque, del Tepeyac. El marcador estaba diez contra seis a favor de los frailes. El tiempo se estaba consumiendo. En una jugada mal realizada se perdió el ovoide y los árbitros marcaron la recuperación en contra de nosotros. Comenzaron los chiflidos, quejas e insultos. Entre la melé de jugadores y entrenadores de los pumas, que se lanza el couch de la ofensiva y ¡madres! Que le zampa un puñetazo al ampayer. Entonces el referi señala el final del partido con ochenta segundos por jugarse todavía. ¡Puta! Que nos encabronamos y nos vamos sobre los pinches seguidores jesuitas.

¡Frailes! Los jesuitas no juegan americano.

Pus esos güeyes. Que se arma la trifulca. Llegan las trullas y ¡órale! Por patas a pelarse. A unas cuadras que nos alcanzan y comienza el apañón. Esos jijos tales por cuales se mandaron. Nos guardaron treinta y seis horas ahí por “el molinito”, amenazándonos de cegehacheros. ¡Pendejos! Ni siquiera terminaron la secundaria y se sienten con autoridad para criticar al Ce-Ge-Hache. Total.

Teniamos un hambre canija, el frío calaba hasta el tuétano y los muy cabrones, ni agua nos dieron. Ya por la noche, antes de soltarnos, nos llevaron a la comisaría para firmar un acta de responsabilidad cívica donde nos comprometíamos a no hacer desmanes y procurar el orden.

Tan encabritados que estábamos, ni tardos ni perezos, en friega que nos vamos a la comex, la tienda de pinturas que está sobre mexicas por unos botes de spray. Y ahí vamos de regreso.

Nos escondimos detrás de la caseta de vigilancia del estacionamiento de las patrullas. Ya después de que se geteó el velador, comenzamos a pintarles sus frases pomposas que estaban al frente de las trullas. Con un buen cacho de pared en blanco, ¡qué nos vale! Y chíngale, a darle duro a lo tupido. De la nada comenzamos a dibujar un bato greñudo, con copete, mal encarado, con el puño cerrado, descansando su antebrazo sobre el muslo y la pierna recogida. La otra mano también cerrada escondiendo como escondiendo algo. Con sus pantalones bombachos y una camisa sin mangas. Las orejas fueron un clon de Salinas de Gortari y el getón que estaba en la caseta. Todo hecho con un aerosol negro.

Nos quedó chingón. Para ser el primero, muy chingón. Lo mejor, fue que quedó justito enfrente de la patrulla de esos pendejetes que nos apañaron afuera de Acatlán. Nos hubiera gustado verles la cara a todos esos imbéciles. Asombrados, descoloridos, babeantes e ignorando la autoría. Y la regañiza que la habrán puesto al vigilante. Qué cagado habrá sido estar ahí, de lejitos viendo todos los berrinches y ademanes.

Ese fue el primer grafitti que hicimos. Después de que les presumimos a todos los cuates nuestra obra maestra, se nos pegó el moso, el choqui, el cábala, y uno que otro güey que se sentía artista revolucionario. Puras madres. Lo chido era señalar quien era el jefe y el más fregón para grafitear bardas, paredes y espacios no permitidos.

A fin de cuentas, nuestro territorio simbólico.

Hammurabi Blanco Ambriz
9o. Semestre Licenciatura en Comunicación (1999 - ) Énfasis: Comunicación Organizacional Universidad Nacional Autónoma de México campus Acatlán