Edición Noviembre 2003

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Cultura
Un gran texto y dos grandes actores: una coincidencia seductora para Taco Lar - 28/02/2003


Un gran texto y dos grandes actores: una coincidencia seductora para Taco Larreta, director de “Cenizas”.

Ashes to Ashes (Cenizas) del inmenso dramaturgo británico Harold Pinter, se estrenó en el teatro del Anglo bajo la batuta de Antonio “Taco” Larreta. Al talento y la trayectoria del conocido director, se suman las interpretaciones de los no menos conocidos y talentosos Estela Medina y Levón. Dos actores que según Larreta “están dispuestos al riesgo”, y de quienes surgió esta idea que se transformó en un proyecto realizable hace apenas un mes, cuando el director cambió sus planes de no hacer teatro, para subirse a este barco que definió como “un romance de verano”.

¿Por qué decidiste dirigir “Ashes to ashes”? ¿Qué te interesó de Pinter y de este texto en especial?

Yo he leído mucho a este autor, me ha gustado e incluso llegué a hacer algo de él hace diez años, pero no conocía esta obra. La que hice hace diez años, fue una obra que se conoce como “Una ligera molestia”, y a la que yo le puse “Un dolorcito” porque me pareció una traducción más exacta, más fiel al significado que a las palabras utilizadas. Esto viene al caso, porque se relaciona con lo que sucedió con esta otra obra de Pinter. Estela (Medina) y Levón me propusieron este texto, y yo no quise hacer la traducción existente porque me parecía –eso me pasa siempre- que era pobre. Entonces la traduje en cuarenta y ocho horas. Cenizas es una obra corta, con un lenguaje muy coloquial, que no tiene grandes dificultades literarias, aunque de saber traducir es de lo único que me jacto. La propuesta la recibí hace casi un mes. Leí la obra y al día siguiente acepté dirigirla, cuando estaba totalmente fuera de mis planes hacer algo de teatro.

¿Por qué se dio ese cambio de planes?

Porque la propuesta fue muy atractiva. La obra me gusta enormemente -la considero una de las mejores obras de Pinter-, y además estaban Medina y Levón para hacerla. Esto es importante, porque los dos personajes de la obra son extremadamente difíciles, así como el texto, que se mueve en planos muy ambiguos para el lector, para el espectador y para el actor. La obra es aparentemente una conversación de una pareja inglesa burguesa. Pero en medio de esta conversación -que por momentos es discusión, por otros sólo reproches, o a veces unos celos oscuros producidos por un tercer personaje que nunca cobra vida en escena-, aparece un segundo plano: el delirio del personaje femenino (Rebecca), una mujer que en medio de una vida confortable, trivial y rutinaria, parece ser poseída por fantasmas que están muy relacionados con los horrores del mundo actual: con el genocidio, con la represión, con la tortura.

¿Podría decirse que hay otro personaje que es el Estado, o los Estados, o lo que se presenta como consecuencias de la historia en el mundo actual?

Claro. Esas visiones que tiene Rebecca -esas alucinaciones de las cuales ella no es consciente- están todas relacionadas con formas de totalitarismo. “Totalitarismo” es una palabra que se acuñó para denominar a ciertos regímenes políticos de la primera mitad del siglo. La palabra no se usa más, pero el sistema sigue usando todo lo que lo compone: el terror, la discriminación, el menosprecio del diferente. Creo que eso es lo que le da a la obra una dimensión notable, porque el de Rebecca no es un caso clínico, como los que pudo haber representado Pinter en otras de sus obras, ya que este autor siempre ha estado él acosado y ha acosado también a sus personajes con psicopatías.

También ha estado acosado por temas relacionados a la política ¿no?

Sí. Las últimas obras de Pinter están muy relacionadas a la política. Y en este caso él confronta la vida aparentemente confortable, la vida de los privilegiados de este mundo, con la conciencia secreta que ellos mismos tienen de que todo ese confort, lo están teniendo a expensas de otros que sufren el hambre, la persecución, la muerte.

Hace poco leí un discurso que dio Pinter en la Universidad de Florencia, cuando le entregaron el honoris causa, en el que pone de manifiesto su posición acerca de la política exterior de Estados Unidos...

Ah, sí. Él no tiene pelos en la lengua. Es difícil leer cosas tan abiertamente acusatorias sobre la política, sobre todo exterior, de los Estados Unidos. Una política que se apoya a su vez en una política interior de falsificación, de creación de mitos –como ha pasado recientemente con lo de las torres gemelas y lo de Irak.

¿Creés que el pensamiento de Pinter en este sentido se trasluce en “Cenizas”, y que tal vez de ahí pueda provenir la importancia de montarla en este momento en Uruguay?

Yo creo que la obra nos hace pensar a todos. Nosotros pertenecemos de algún modo al mundo occidental –aunque seamos los barrios pobres-, y tenemos también esa tremenda responsabilidad que tiene el mundo occidental frente a los africanos, los europeos del este, los asiáticos, y tal vez también frente a nosotros mismos. Por ejemplo la crisis argentina ha sido vivida como una sorpresa, cuando solamente ha puesto al descubierto situaciones que han existido siempre.

¿Creés que las coyunturas políticas o sociales condicionan de algún modo la elección de los textos o los caminos que van tomando los creadores a la hora de montar un espectáculo?

Creo que hoy no. Yo viví una época de este país –sobre todo los ´60, porque en los ´70 ya no estaba aquí- en que el teatro se centró casi exclusivamente en las reivindicaciones políticas. Yo no creo que hoy se estén dando sistemáticamente los mismos temas, como ocurrió en esa época. Considero además que ese hecho fue un error, porque el teatro debe abarcar siempre todos los niveles de experiencia y no sólo la política, aún cuando la política sea tan importante y tan urgente. Hoy, aunque se hacen obras con contenido político, no es el teatro que se busca hacer predominantemente. El teatro se ha volcado al entretenimiento, incluso hacia una cierta banalidad.

Es un momento en el que conviven muchas tendencias ¿no?

Sí. Hay muchas tendencias, pero incluso entre los jóvenes que hacen teatro -entre los cuales hay media docena muy interesantes- yo no podría definir muy claramente cuáles de ellos le dan un énfasis particular a la política. Pienso más bien, que es un movimiento que se caracteriza por su esteticismo.

¿Y no creés que en las propias estéticas, o en el tratamiento de temas como el vacío pueda revelarse una postura ante el mundo actual?

A veces ese esteticismo coincide con una elección de obras muy transgresoras, que de alguna manera cumplen también un rol político. Se plantean temas que tienen que ver con el mundo moderno, pero muchos de ellos son exploraciones de los infiernos propios del mundo occidental. Vos hablaste del vacío, y podemos hablar también de la exacerbación del individualismo. Realmente no creo que estemos viviendo un momento de politización definida en nuestro teatro. Incluso los teatros que tradicionalmente eran muy combativos políticamente, hoy no lo son.

Creo que es evidente que las formas cambiaron. Tanto en las cuestiones que afectan a una sociedad como en el modo de expresarlas, son diferentes.

Sí, por supuesto. El artista “comprometido”, que fue un ensayo que se hizo desde los terrenos de la literatura, el teatro o el cine en la mitad del siglo, hoy no existe de esa manera sistemática, o al menos no responde a esquemas intelectuales tan establecidos y tan rígidos. Pero volvamos a Pinter. A mí me gustó la obra de Pinter porque, además de ser un gran dramaturgo y manejar con una enorme sabiduría a sus personajes, plantea un punto de vista muy compartible que me parece muy importante presentar a la reflexión del público. Pero nuestra tarea de artistas no está en subrayar lo político, sino en hacer que fluya naturalmente -como fluye en la obra de Pinter-, con medios que tienen que ver más con la estética de Pinter que con sus ideas políticas. Pienso que nuestro trabajo debe atenerse a esa estética, que es muy compleja y que es un desafío para cualquier actor o director, debido a esa ambigüedad de que te hablaba. Incluso podría decirse que Pinter es a veces enigmático. No siempre las cosas tienen una sola interpretación. Caben muchas, y eso hay que preservarlo en la puesta. Pero la alusión a lo denominé “los horrores del mundo actual” es insoslayable, y no hay que subrayarla sino que está ahí.

Se dice que casi siempre los personajes de Pinter parecen estar en una misma conversación, dialogando, cuando en realidad están hablando de temas diferentes. ¿Aparece en “Cenizas” este tipo de incomunicación?

Sí, y es uno de los mecanismos dramáticos. Esta es una de las razones por las que Pinter es un autor excepcional, porque generalmente el teatro es comunicación -no sólo del actor con el espectador sino de los actores entre sí- y estos dos personajes no se comunican nunca.

¿Cómo sentiste, como director, este tipo de trabajo?

Para mí ha sido un trabajo fascinante, porque –y esto es muy raro en actores con tanta experiencia como son Estela Medina y Levón- estoy trabajando con actores que están dispuestos al riesgo, y entre los múltiples riesgos que implica hacer Cenizas, está precisamente el tratamiento de la incomunicación. La incomunicación que hay en la pareja es puramente externa, y en algunos momentos es verbal –con lo que tiene lo verbal de engañoso, de máscara de la realidad- y básicamente trabajamos sobre eso.

¿Dirías entonces que este es un tipo de teatro psicológico, centrado en ese trabajo con los actores?<>b>

Yo no diría que es psicológico, sino que es un teatro que justamente escapa, a las implicaciones psicológicas corrientes. Al personaje de Estela es posible que un psiquiatra pudiese diagnosticarle una enfermedad, pero no es lo que interesa. Yo creo que esto está más allá –sin ningún desprecio por la psicología, que siempre me ha interesado muchísimo y siempre la he trabajado en el teatro- pero esta obra está en otra dimensión.

Sos una figura muy polifacética: escritor, actor, director... ¿en qué rol te sentís más cómodo?

Es cierto que hago muchas cosas, pero siempre soy el mismo en todo lo que hago, y para todo recurro al mismo fondo de experiencia, de imaginación.
Quizá me siento más cómodo en distintos momentos en distintas cosas. En mi vida he hecho sobre todo teatro, pero estuve once años sin dirigir y diecinueve sin actuar. Estaba haciendo otras cosas que me interesaban tanto como el teatro, aunque mi retorno a Montevideo me hizo descubrir que mi identidad era una sola con el teatro, y la identidad es un tema muy álgido y crítico en el exilio. No descarto que eso haya sido lo que me hizo volver al teatro. De todos modos los dos o tres últimos años he escrito, más que nada. Y tenía planeado seguir escribiendo, hasta que surgió esta propuesta de teatro que me hizo cambiar los planes. Realmente estoy muy agradecido a Estela y a Levón por haberme elegido para dirigirlos.

Lucía Masci

Lucía Masci
4to año de Licenciatura en Ciencias de la Comunicación Universidad de la República