Sociedad
Por el Camino de una Cultura Política - 01/04/2003
POR EL CAMINO DE UNA CULTURA POLÍTICA
Por Juan Carlos Lorza
John F. Kennedy, en mi concepto uno de los grandes políticos del siglo XX, dijo alguna vez: “si hubiera más políticos que supieran poesía y más poetas que entendieran de política, el mundo sería un lugar un poco mejor para vivir”. Este concepto de política es la evocación de un todo, una relación entre arte, cultura y vida. Porque no es solo político quien está en el congreso, es político cada uno de los ciudadanos de una nación, sea poeta o sea senador, ya bien había dicho Aristóteles que el hombre es, por naturaleza, un animal político. Pero lastimosamente las palabras de Kennedy no son entendidas en nuestra sociedad, ya que en Colombia la política se ha dejado en manos de unos cuantos que, a través de la historia, no han hecho sino llevar al país al colapso en el que nos encontramos hoy en día.
Pero cómo hablar de cultura política en un país en el que ni siquiera se entiende lo que es la palabra cultura. Y es que cultura es esa estructura interna que llevamos todos los que nacimos en esta tierra, algo que no podemos dejar atrás son nuestros rasgos distintivos, nuestras tradiciones y creencias. Con la cultura el hombre expresa sus realizaciones y toma conciencia de sí mismo, es la cultura la que nos hace reflexionar sobre nuevos significados, y para ello, la cultura debe ser reconocida como parte fundamental en el desarrollo de una sociedad, pero la triste realidad es que somos muchos los colombianos que queremos parecernos a todo menos a Colombia. Lastimosamente, nos da pena reconocernos como mestizos o mulatos pero es necesario que nos reconozcamos como tal y que aceptemos lo que somos. Así como hicieron aquellos hombres que fusionaron el acordeón, ese instrumento mágico creado por los ingleses e inspirado en las raíces chinas, con el ritmo lento y expresivo de la costa, ese que el mundo conoce hoy como vallenato, expresión viva de la cultura Colombiana.
Esta cultura que muchos desconocen y que otros prefieren olvidar es la que llevó a William Ospina a escribir su obra “la franja amarilla”, obra que nos recuerda que un poeta puede entender de política mucho más de los que gobiernan este país. Su libro recoge todas las situaciones que encierran a nuestra sociedad, recordándonos que un pueblo que no conoce su historia, no puede comprender ni el presente ni puede empezar a construir un porvenir, y esto no es más que conocer su cultura definiéndola desde sus errores y desde sus virtudes. Si saliéramos a las calles hoy y le preguntáramos a la gente las causas que nos han llevado a la situación actual del país, las respuestas no serían del todo claras (ojalá todos los colombianos leyeran la franja amarilla). Me pregunto también ¿cuántos de los políticos actuales conocen y reconocen el pasado por el cual nos encontramos en esta situación? Yo estoy totalmente seguro que la respuesta nos sorprendería. Por esto debemos tener muy en cuenta que si la sociedad Colombiana no se ha reconocido culturalmente es porque el propio gobierno, tanto del pasado como del presente, se ha encargado de relegarlo a un segundo plano. Recientemente, por ejemplo, el Ministerio de Cultura realizó una encuesta sobre consumos culturales dentro de la sociedad en la cual la poesía y las visitas a los museos quedaron en ultimo lugar, este hecho -hay que decirlo- pareciera increíble pero lo realmente increíble, es que por esta razón el Ministerio decidió restarle recursos a estas actividades. Estoy totalmente seguro de que los funcionarios de este Ministerio no saben nada de poesía, es más, me atrevo a pensar que no saben nada de cultura.
Quiero aclarar que cuando hablo de reconocernos culturalmente no estoy hablando de volver a la tribu y a los rituales indígenas sino de entender de donde venimos, cual es nuestra diversidad y nuestro pluralismo étnico y racial, cuáles son nuestros grandes intelectuales y artistas, cuáles son nuestras virtudes y cuáles nos hacen falta, cuál es nuestra historia y nuestra geografía, cuales son los problemas y cuáles podrían ser las soluciones. A esto Daniel Pécaut y Jesús Martín Barbero le llaman: El relato nacional. Un relato que solo puede salir de las actitudes creadoras e imaginativas que se den en la educación. Entonces, es aquí cuando nos encontramos con otra falla: ¿cómo hablar de cultura política en un país en el que no se nos educa para iniciar un relato nacional?
Somos una tierra fértil, una tierra llena de recursos, que se jacta de tener un talento humano inigualable, lleno de virtudes y de sueños. Pero hay que tener presente que si no se educa para controlar, conocer y perfeccionar todos estos dones seguiremos por el camino del infortunio. Sólo una posibilidad mayor de educación con un perfeccionamiento de los procesos educativos que actualmente vivimos podrá darnos el camino de la salvación. Hay que recordar con mucha inquietud que la mayor parte de la población colombiana sufre los agravios de la educación elitista y que aunque uno de los deberes fundamentales del Estado de derecho es brindar posibilidades de educación, estudiar en Colombia es una suntuosidad. Este hecho, es un efecto de la mala educación que hemos recibido quienes tenemos ese privilegio porque cualquier análisis de la situación del país nos lleva a evidenciar que tenemos una educación que ha dejado del lado el pensamiento y se enfoca en crear personas que solo piensan en el bien propio, y para que todos en un país asuman sus responsabilidades políticas necesitan ser seres con criterio, con análisis, seres que piensen y conozcan de verdad los problemas del país, seres que no esperen sino que actúen, ciudadanos con compromiso político.
Si miramos de fondo la situación del país y sus causas se evidencia lo irracionales que fueron muchas de las actuaciones políticas a través del ultimo siglo. Hemos vivido ya varios años de guerra entre liberales y conservadores en el que el pueblo ha sido el único perjudicado, esta guerra causó la muerte de miles de campesinos, la de grandes lideres políticos, el nacimiento de las guerrillas, la inequidad social, el desborde de la corrupción política. Sin duda, el bipartidismo ha sido la concepción política más irracional que podamos conocer en la historia del país y de allí se derivan la mayoría de problemas que nos golpean. Llamo irracional su forma de actuar porque sin duda puede que los políticos que manejaron y manejan el país hayan estudiado mucho de teoría política pero hay que reconocer que no saben nada del pensamiento racional, no se les educó de esta manera y esa actitud política irracional hizo de los campesinos unas marionetas que se asesinaban en ciudades y pueblos, levantando siempre el pañuelo azul y el rojo.
Hace mucho más de un siglo, Kant propuso lo que muchos llaman las tres exigencias racionales: la primera es pensar por sí mismo, esto es, aceptar las verdades con un criterio de pensamiento propio en el que se tomen a juicio; la segunda es ser capaz de ponerse en el punto de vista del otro (¿cuánta falta nos hace este punto en nuestro país?); y el tercero es llevar las verdades hasta sus últimas concepciones y así aceptar que estamos equivocados cuando esto ocurre. Estoy muy seguro que si se nos educara desde esta base racional tendríamos un país más fortalecido en sus bases políticas, económicas, sociales, culturales y ambientales. Hay que reconocer que nuestra educación es desastrosa a la hora de formar individuos que piensen, que tengan autonomía y creatividad, pero no es nada desastrosa al formar máquinas que actúen más por las necesidades del mercado que por las necesidades comunes. Esto ha llevado a que la sociedad sea esquiva e indiferente a los problemas que nos aquejan, no existe un compromiso real con la situación que vivimos porque estamos de acuerdo con el sistema que nos ha tocado, un sistema corrupto en casi todas sus estancias, controlado por grupos insurgentes a los cuales todavía muchos consideran como solución, por multinacionales que hacen y deshacen con nuestros valiosos recursos, por una cultura del narcofacilismo, por un sistema de justicia precario y nefasto, por unos gobiernos que cada vez prometen más y ofrecen menos. Nos hemos adaptado a este sistema lleno de incógnitas y es hora de que se eduque para ser unos desadaptados, como dijo Estanislao Zuleta: “todo hombre racional es un hombre desadaptado, porque es un hombre que pregunta. Por el contrario, el hombre adaptado es un hombre que obedece”.
Es muy difícil formar este tipo de individuos si colegios y universidades seguimos por el mismo camino, y es que sólo de allí puede nacer ese relato nacional que nos haga reconocernos culturalmente y que por lo tanto haga de cada ciudadano un político sin importar su profesión, su raza, su religión, su sexo y su ideología. Lo más lamentable es que formamos médicos que solo se interesan por el cliente y no por la enfermedad y las causas sociales que la llevaron al efecto; enseñamos en los colegios geografía y no le ayudamos a los niños a que reconozcan las zonas en que existe guerrilla o paramilitarismo; enseñamos historia sin reconocer los errores que se han cometido política y militarmente tanto en el mundo como en el país; enseñamos economía sin elevar el sentido social con el cual están comprometidos todos los economistas; y no despertamos en los comunicadores la necesidad de ser parte de este proceso educativo y de reconocimiento cultural que pide a gritos el país. De seguir así estaremos condenados a ser un país irracional, y estoy totalmente seguro de que un pueblo que no pueda razonar sobre su destino es un pueblo en el camino de la desgracia.
Actualmente existe en Colombia un debate intenso sobre la necesidad de una reforma política que rompa los esquemas ya establecidos por la corrupción que ha marcado la historia nacional. Este debate que todos esperamos sea la base de donde nazca una nueva concepción política debe dejar de ser una discusión retórica para convertirse en un hecho que parta en dos la historia política Colombiana. Pero a la par debemos entender que el debate educativo puede tener todavía mayor importancia porque no ganamos nada con cambiar a los de arriba y no cambiar a los de abajo. Este debate debe llegar a romper los esquemas tradicionales, para así ayudar en la formación de ciudadanos por un país más democrático.
Hablar de democracia en un país como Colombia es muy complejo, ya que esta acata todo lo que es plural, lo que es diferente y lo que es invariable, y vaya si somos – como dije antes – un país lleno de culturas, de lenguajes, de mitos, de ideologías, de sueños, y de variedades étnicas. Entonces hay que tener muy en claro que el concepto de democracia no es el concepto de mayorías sino más bien es el derecho del otro para dar su punto de vista, es decir es darle la oportunidad a otros para que existan y se desarrollen por sus propios medios. En la democracia no puede existir el concepto de masa sino el de individuo pero un individuo que tenga el derecho de pensar distinto, el derecho a ser diferente. Por eso el estado por medio de la educación debe formar unas bases para que ese derecho se funde en una cultura ciudadana de la tolerancia, la solidaridad y el respeto a las diferencias.
En la antigua Grecia, tierra de donde nace el concepto de democracia, los ciudadanos vivían activamente una cultura política la cual se evidenciaba en la participación en los asuntos de la polis. En Colombia, y hay que reconocerlo, desde la constitución de 1991 los mecanismos de participación se abrieron de muchas formas a la ciudadanía, lo cual me parece extraordinario. Y es que participar en cualquier actividad de nuestra vida es en resumen aprender, cuando se participa podemos equivocarnos y podemos ser conscientes de nuestros errores, esta premisa se cumple para cualquier experiencia de la vida porque solo participando se aprende a participar. La participación es aliada de la democracia ya que cuando en un país que tiene bases democráticas se da la posibilidad de participar, se le da a cada uno de los individuos sin importar mayorías de ningún tipo la posibilidad de defender sus derechos. Desgraciadamente nos encontramos en un país violento, un país en donde participar puede costar la vida. No hay necesidad de repetir la diversidad cultural que rige nuestra tierra, pero además de esto debemos tener en cuenta la dimensión simbólica que esto representa ya que de esta pluralidad que nos caracteriza nacen cantidad de intercambios lingüísticos, afectivos, económicos e ideológicos; y de allí se dan diferentes formas de ver el mundo y los intereses. Nuestra historia nos recuerda día a día cómo toda esa combinación de fuerzas que mueven al hombre ha chocado en lo que llamamos violencia. Colombia ha recorrido el siglo XX y empieza este nuevo siglo en medio de la guerra, la cual ha hecho de este país un lugar en el que la participación activa es casi imposible.
Hace poco leía un libro llamado “Colombia del siglo XX: mucha politiquería y poca soberanía” y allí encontré estas palabras que resumen cómo se calla al cantor de nuestro pueblo, cómo se silencia el relato nacional: “Cada vez que un colombiano ha dado muestras fehacientes de estar en posesión de un liderazgo positivo, de pretender con honestidad, brillantez y coraje modificar el régimen existencial del momento; de enfrentar erguido cualquier forma de envilecimiento; de interpretar fielmente las frustraciones e igual las esperanzas de la colectividad, ha sido sacrificado en nombre de la dictadura del miedo, de la cultura del agache, del bajo perfil, de la hora de los enanos, de la sociedad de los elogios mutuos, del nepotismo, de la conspiración del silencio, en virtud, en fin, del temor que sigue inspirando la inteligencia independiente de nuestro medio”. Hoy después de mucho leer estas palabras y entenderlas desde su mismo fondo siento tristeza, porque la cultura política, que en muchos momentos de nuestra historia quería nacer, ha sido borrada. Yo no sé si pueda llamarse utópico pensar en Jorge Eliécer Gaitan, en Luis Carlos Galán, en Jaime Garzón que si bien nunca sabremos hubieran sido salvadores de la patria pero si hay que reconocer que su canto recorrió regiones y nos recordó que en medio de la retórica política, de los nuevos pensamientos político-económicos y el humor, estaba el llanto y la esperanza de toda una patria. La formación de una cultura política común basada en nuevos procesos educativos que forme ciudadanos con criterio de participación democrática es el enemigo mas temido de esta guerra que vive el país, y así como los resultados nos muestran que militarmente nada se ha hecho, es evidente que esta es la única salida al problema de la guerra, tanto así que los que son partidarios de esta guerra absurda entienden que ese relato nacional, esa nueva concepción de un ciudadano participativo o mejor dicho ese nacimiento de la cultura política, son la estrategia mas acertada en su contra y por esto la atacan de todas las formas.
Es más que evidente la necesidad de una cultura política en la que todos los ciudadanos sientan sus responsabilidades; en la que gobierno y sociedad civil apoye todas nuestras manifestaciones folclóricas; en la que toda la sociedad tenga el beneficio de una mejor educación; en la que la política deje de ser foco de corrupción y de actitudes irracionales; en la que cada individuo de la patria sea consciente de los recursos por los cuales somos considerados parte del pulmón del mundo; en la que nadie tome como opción de prosperidad el negocio del narcotráfico o la delincuencia común; en la que podamos enfrentarnos a las políticas económicas que rigen este modelo neoliberal, sin olvidarnos –como dice William Ospina– de cómo vive él ultimo ciudadano de la patria; en la que el dialogo sea la única salida a este enfrentamiento entre colombianos; y en la que todos nos sintamos de esta tierra y podamos mostrarle al mundo el talento y la calidad de nuestras gentes.
Juan Carlos Lorza Guzman
estudiante de comunicaciòn de la universidad javeriana de Cali - Colombia(2 semestre)
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