Política-Economía
Contigo en la Distancia - 05/05/2003
Contigo en la Distancia
Dos ciudadanos iraquíes residentes en Venezuela relatan cómo siguen la guerra que sacude a su país
Pedro Pablo Peñaloza
Mazar Al-Shereidah contempla absorto una serigrafía que cuelga en una de las paredes de su oficina. Sus dedos siguen la mirada que recorre detalladamente cada uno de los trazos de la obra “El último recurso” de Gem. V. F. Defregger.
“Mira la determinación de esa mujer, la tristeza de los veteranos mutilados, la valentía en la expresión de esos hombres, los niños”, describe apasionadamente la imagen que representa a unos jornaleros austriacos, devenidos en improvisados soldados que con palos, picos y guadañas se alistan para frenar a las tropas de Napoleón III.
Aunque el paisaje del Tirol y sus montañas bañadas con nieves eternas se aleja de las tierras áridas que lo vieron nacer, el arrojo que sus compatriotas demuestran en la defensa de su soberanía hacen que ese pequeño cuadro tenga un importante significado para él.
“Ver como un campesino anciano agarró un rifle checo Bernau, creado antes de la II Guerra Mundial, y derribó un helicóptero ultramoderno en el desierto es una señal para que el hombre recapacite y entienda la importancia del amor patrio”, reflexiona Al-Shereidah, uno de los miembros de la pequeña colonia iraquí en Venezuela, que cuenta aproximadamente con unos 50 integrantes.
Llegó a Caracas el 22 de febrero de 1967; no obstante, 8 años atrás ya se había enamorado del país o, mejor dicho, de una parte de él. “Estaba en Viena, estudiando, y me casé con una venezolana, la pianista Yomar Narváez. Su mamá fue hasta allá para el matrimonio civil, llevó hallacas y comí arepas, luego ella pudo más que yo y nos vinimos”, cuenta.
La distancia no evita que, azuzados por la guerra, se alboroten los recuerdos. “A mí no se me olvidan los olores, parajes, memorias, mi infancia, eso se graba y se revive en momentos como este”, admite Al-Shereidah, quien reza para que sus familiares ubicados en Bagdad, Basora y Mosul, principalmente, sobrevivan a estas horas aciagas.
“Uno siempre se entera después de que ocurren las desgracias. En la primera guerra del Golfo, una prima tercera, acompañada por sus nietos, se escondió en un búnker que fue atacado y en el que murieron cerca de 400 personas calcinadas. Entonces, yo la recordaba perfectamente bien, cuando la visitamos en Nassariya, donde tenía una casa hermosa que daba hacia el Eufrates, y yo tenía 7 años ”, relata este hombre que ya suma 63.
Los edificios en llamas, las calles destruidas, el pasado se asoma como una fotografía amarillenta en la mente. “En estos días un periodista hablaba y tenía cerca un monumento y me acordé de que cerca de allí estaba un cine que yo frecuentaba en mi adolescencia”, comenta.
La pena que le produce la crisis que enfrenta su país, no disminuye el olfato analítico de este científico social y analista petrolero, que extrae una enseñanza de entre los escombros: “La reacción espontánea de la gente contra la guerra me devuelve la confianza en el género humano e indica que no todo está perdido”.
“La de Bush es una tiranía mundial, irresponsable, con un acento chauvinista que pone en peligro la paz mundial”, opina; mientras expresa su preocupación por los niños iraquíes y el futuro de sus connacionales.
Pero las teorías y hondas cavilaciones se esfuman en el momento que contiene el aliento y espera que alguien responda al otro lado de la línea. “Cuando disco el número lo único que estoy esperando es que alguien tome el teléfono y diga aló. Si responden, quiere decir que están vivos y ya no hay más nada que decir”.
En la mesa de su negocio de reparación de electrodomésticos yacen los cadáveres de decenas de radios y televisores. Sólo una pantalla está encendida, literalmente hablando: cientos de luces caen y salen de Bagdad, mientras las llamas y explosiones iluminan todo el cuadro.
Wadiaa Khalik tiene puestos sus ojos fijos sobre la imagen. Su familia vive en la capital iraquí y no ha podido contactarlos desde el segundo día del inicio de los ataques. “En ese momento estaban bien, pero ahora no sé si seguirán con vida”, admite resignado.
Arribó a Venezuela en 1987 junto a su padre, quien fue designado consejero de prensa en la embajada de su país en Caracas. “Cuatro años más tarde mi papá tenía que marcharse, pero yo me quería quedar con mi novia, decisión que él consintió porque, me dijo, ‘así podía ser el único de la familia que sobreviviría a los bombardeos’ que en ese tiempo comenzaba a ejecutar EEUU en el inicio de la primera guerra del Golfo”, rememora.
Está atento a las noticias cada minuto, y afirma que “sé muy bien lo que está pasando” gracias a su peculiar manera de interpretar las informaciones. “CNN es pura mentira, yo oigo, cambio todo lo que anuncia, y así llego a la verdad”, apunta Khalik, cuyo rostro adusto sólo se distiende cuando evoca a su hija de 3 meses.
Su tranquilidad ante las tomas de la televisión, que muestran a su tierra natal ardiendo en llamas, impresiona. “Yo estoy acostumbrado, veía eso desde los 8 años, cuando jugaba metras en la calle con mis amigos y pasaban los aviones iraníes disparando misiles”, narra.
Por eso estima que “ni Bush ni nadie nos podrá intimidar, si la muerte te busca tienes que esperarla, mas eso no significa rendirse, pelearemos con palos, cuchillos y hasta piedras, como en Palestina, jamás ocuparán Irak, confío en Dios”.
Khalik no puede disimular su indignación ante lo que considera un atropello injustificado organizado por Washington para controlar el petróleo iraquí; rechaza las acusaciones que lanzan contra Saddam y piensa que el lugar donde nació hace 33 años será “un cementerio para las tropas invasoras estadounidenses y británicas”.
Entre tanto, todas las noches intenta comunicarse con sus parientes en Bagdad, pese a que los esfuerzos han sido infructuosos hasta ahora. “Creo que están seguros, no han salido de la casa porque los refugios también han sido bombardeados, pero yo tengo fe en Dios y todo saldrá bien”.
Pedro Pablo Peñaloza Ochoa
Estudiante de 5º año de la Escuela Comunicación Social, Facultad de Humanidades y Educación, de la Universidad Católica Andrés Bello. Email: aydoli@cantv.net
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