Arte Visual
El Abuelo Cheno - 07/05/2003
EL ABUELO CHENO…
“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre…”(1) , es la imagen que Juan Carlos Rulfo, hijo del escritor Juan Rulfo debió haber tenido en mente en 1995, cuando se decidió a realizar el documental que tenía por objetivo, el averiguar sobre su abuelo y las raíces de su familia. Lo que encontró fue mucho más que eso; un tesoro de símbolos pretextados que son el vivo reflejo de la realidad por la que ha atravesado el pueblo mexicano, tanto en la voz del pasado que cuestiona titubeante el presente, y del presente que con la muerte, busca acallar al pasado.
La historia vuelve a repetirse como con Juan Rulfo y su Pedro Páramo, y, coincidencia o no, el estilo de la narración –metafórica y hermenéutica-, sugiere la existencia de una misteriosa conexión entre padre e hijo, que sorprende y brinda el beneficio de la duda, como el que ambas obras –el abuelo Cheno y Pedro Páramo-, dejan siempre al lector (o espectador) por un buen rato.
El mismo Juan Carlos Rulfo es quien invita al recorrido que hay que hacer para llegar hasta su abuelo. Juan Nepomuceno Rulfo, mejor conocido como “Cheno”-el abuelo del director-, fue un poderoso hacendado del sur de Jalisco, cuyo trato con la gente era muy ambiguo. En 1923 fue asesinado (2), quizás en los tumultos de la guerra cristera; y pareciera que con él, se fue la esperanza.
Así lo narran a la cámara de 35 mm. del nieto varios viejitos de rostros acabados, quienes le conocieron en su juventud o trabajaron para el abuelo; principalmente Jesús Ramírez, quien como en sus mejores tiempos de peón, funge como guía del recorrido que infiltrara al nieto a los escenarios de la historia del abuelo. A sabiendas del parentesco de Juan Carlos con Cheno, Don Jesús enfatiza el carácter subjetivo del documental mediante sus diálogos directos a la cámara y al nieto; enseña los lugares, los recorre junto a él y le relata lo sucedido como si se lo relatara a quien observa el documental. Al mismo tiempo, Don Jesús evidencia los presupuestos alegóricos, en los que en voz del ayer, se cuestiona y afirma la sabia duda sobre los rumbos que toman hoy las nuevas generaciones.
Cada uno de los habitantes que aún quedan en el lugar, desde su perspectiva, describe al abuelo y su carácter, de la mano con las situaciones y el clima de tensión que se vivía en la época posrevolucionaria, enmarcados por las ruinas del casco de la hacienda de la familia Rulfo, la sala, los cuartos y la cantina en la que ocurrió el asesinato, en donde un montaje en el que se contrapone la presencia en el lugar de los viejitos y sus versiones sobre lo sucedido, hace interesante y confiere de veracidad a la leyenda de la muerte de Cheno.
Rulfo, adorna con tintes nostálgicos cada palabra y cada expresión, a la vez que ubica la nostalgia que por si mismas proyectan las ruinas; también retrata lo que parecieran imágenes de la novela de su padre; probablemente en un lugar como éste, el autor se inspiró, ya que sus descripciones coinciden con lo que aquí se ve.
Más dentro, pareciera que lo realista que tiene el documental El abuelo Cheno, revistiera de más realismo a las imágenes de La fórmula secreta (3): los campesinos olvidados, la tierra seca, las dunas del desierto y las cabezas con los sombreros decadentes, cabizbajos.
Las mismas protestas, las mismas metáforas, se ven ilustradas con imágenes similares, sin dejar de ser auténticas y sublimes, probablemente la cercanía con que se vivieron las circunstancias fue factor importante para la recreación de imágenes simbólicas de formas parecidas.
La herencia que los Rulfo obtuvieron del abuelo y del lugar en donde tuvieron sus raíces quizás no sea tangible, quizás sea más que el haber estado cerca de un lugar en el que predomina el misterio, la melancolía por un México que se fue y que sigue presente como un fantasma a la sombra de la modernidad. Las promesas de la revolución, la tierra, el reparto equitativo y el apoyo para el campo jamás llegaron (tampoco acá); la aridez que coge la tierra cuando no llueve, no tiene otro significado más que la espera de la muerte.
El pueblo fantasma en el que viven estos viejitos reconstructores de historias, es el que en voz de ellos mismos llaman un camposanto, y lo cual es un clamor por el olvido, como si se tratara de Damiana, de Ángeles, de Eduviges y las demás, las almas en pena de Pedro Páramo.
El documental que ofrece todo esto, ofrece una riqueza metafórica muy simple, pero significativa para quien lo observa; viene para recordar y dejar presente que la tierra árida, desolada, y las cicatrices que deja el duro trabajo de la vida rural, es probablemente lo único que queda de los tiempos de ayer, consumidos día a día por el olvido y la conciencia de la muerte. Los rostros arrugados, acabados como las grietas del campo que no se trabaja más, se encuentran devastados.
Juan Carlos Rulfo, en su documental habla y dice: “hasta aquí llegó la historia”, y en efecto, la transmisión de la información ha llegado hasta el nieto, los testigos quizás ya no tengan nada más que decir y podrán descansar en paz.
La esperanza que agoniza y que es merecedora de un par de oídos jóvenes y sabios para verter lo que se vio, lo que se oyó, y lo que alguna vez fue, ha aligerado con El abuelo Cheno, por un momento sus cargas…
REFERENCIAS:
(1) Oración inicial de la novela Pedro Páramo, de Juan Rulfo. México, 1953.
(2) http://cinemexicano.mty.itesm.mx/directores/juancarlos_rulfo.html
(3) La fórmula secreta es una producción independiente, dirigida por Juan Rulfo, con textos de Jaime Sabines, en la que se retrata con imágenes muy polisémicas la realidad del pueblo mexicano: la opresión, el abuso, la discriminación y la forma en que el sistema envuelve al ser humano. México, 1964.
Oscar Felipe Reyna Jiménez
8º semestre de la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación Escuela de Ciencias de la Comunicación Universidad Autónoma de San Luis Potosí
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