Sociedad
Ensayo: Muestra fotográfica de la Comisión de la Verdad y Reconciliación - 02/09/2003
Ensayo: Muestra fotográfica de la Comisión de la Verdad y Reconciliación
En la década de los noventa en Lima, en ese entonces un niño vivía ajeno a todo; en la televisión solo los dibujos y las películas que se veían en familia. Nada d noticieros ni periódicos, a un niño no le preocupaban esas cosas. El toque de queda, bueno, era normal escuchar a mi hermana quejarse de no poder salir hasta tarde y era también común a veces acompañar a mi padre a recogerla de alguna reunión. En ese momento tal vez lo más seguro -o tal vez lo más peligroso- era vivir en una villa militar, que estaba resguardada las 24 horas por los PM; uno jugaba en la canchita de fútbol, paseaba con su bicicleta, todo en un ecosistema militarizado y seguro, al menos en teoría.
Era un día de semana, a la mañana siguiente había que despertarse temprano para ir al colegio; pero en la tarde no había estudiado ni hecho mis tareas, por lo que permanecía en la cocina por lo menos a las diez de la noche -algo tarde para un niño, algo fuera de lo común. Mi padre estaba con nosotros, recuerdo que mientras mi madre me tomaba la lección, él tal vez se bebía una taza de té y observaba la puerta de cristal que daba a nuestro amplio jardín. Se oyeron tres disparos, y se sintió una cierta tensión en el ambiente como la intuición que explicaba, como un escalofrío que no se conformaba del todo con esa noción aciaga de la realidad. Nos miramos todos y no dijimos nada, después de todo, aunque era extraño, vivíamos en una villa militar, era entendible algunos disparos al aire. Pero volvieron a escucharse; esta vez ya no hubo tiempo de mirarse ni de nada, recuerdo muy bien que mi padre le dijo, casi le ordenó a mi madre que se tirara al piso -yo no comprendía nada, estaba sentado detrás del refrigerador que me tapaba la vista del jardín. No tuve tiempo ni siquiera para fijarme si mi madre obedecía o no, un destello y luego una explosión. Después de eso los fragmentos de aquella noche se pierden por momentos: todos alerta, los vidrios rotos, subir corriendo por los gritos de mi hermana -quien dormía-, mi padre en busca de su revolver, mi madre observando por las ventanas -siempre rotas-, yo entrando a mi cuarto y temblando al ver los vidrios que habían caído todos sobre mi cama, sobre mi almohada. Siempre he dado gracias de esa noche no haberme ido a acostar temprano. Trato de recordar más y un frío me invade, veo de nuevo a toda mi familia oculta en el descanso de la escalera, y mi padre listo para salir con el revolver a la calle -se escuchaban gritos, no se sabía si eran terroristas-, es entonces que todos le decimos que lo queremos, es entonces que yo lloro y le digo "te quiero" como nunca.
A mí me tocó vivir uno de los ataques del terrorismo, a mí me tocó despertar al día siguiente con el frío de ventanas con cristales rotos, recogerpedazos del coche bomba que estaban en el jardín de mi casa, pasear en bicicleta muy cerca d las casas que desaparecieron por el ataque; también me tocó vivir en una villa militar aún más amurallada y resguardad después de eso, sentir al lugar marcado por esa placa que a veces y hasta ni le hacían caso, esaa placa del soldado que trató de detener a ese auto lleno de explosivos con sus disparos. Pero mientras yo vivía eso, en los sectores más pobres del país, en los pueblos más aljados y débiles, en esos lugares el terrorismo permanecía aún con más fuerza, con más protagonismo; marcando familias, dejando huérfanos y viudas.
Todo lo anterior se comprende mucho mejor luego de llegar a la casa Riva Agüero, un testimonio viviente de la violencia que azotó al país por más de una década. Ahí colgadas en sus paredes, algunas notablemente deterioradas, las fotografías que tratan de acercarnos y recopilar esta etapa de tanto sufrimiento en nuestra nación. Al llegar había mucha gente en el lugar y en sus rostros cada uno mantenía una expresión de interés verdadero; hasta me sentí mal, porque mientras yo iba más que nada por una asignación de este curso, ellos habían llegado hasta ahí con el respeto por las víctimas, por la tristeza que golpeó a nuetro país. Era admirable sentir al país unido, lamentablemente unido por horribles momentos; y es que esa tarde de sábado en que visté la exposición, pude reconocer en esos individuos a aquellos que vivieron el toque de queda, el miedo, los escalofríos al escuchar las explosiones y vivir los apagones. Eran personas que llegaban a esta exposición para mostrar homenaje a todos los afectados por estos hechos y también con la intención de comprender, de entender como se pudo llegar a eso, como quien busca un por qué, casi como quien lo reclama.
Recorrer esa exposición no se trata de pasar delante de cada foto y observarla simplemente, como a quien le entra algo por los ojos pero no se le conecta con el corazón. Sino que yo entiendo que aquellas fotografías, aquel t5estimonio gráfico debía de ser no solo observado sino alcanzado por medio de los sentimientos, había que sentir esas fotos, identificarse con los rostros que ahí aparecían; ya sean de los terroristas o de los afectados, porque los de ambos son rostros peruanos, porque debe de comprenderse por qué pasrte de ellos pueden estar dispuestos a tanto derramamiento de sangre y los otros deban de enfrentarlos en muchas circunstancias solos. Esas fotos son más bien una ventana a esa época, hay que partir de la imagen plsmada en ellas para ir atando cabos, para reconstruir lo mejor posible el ecosistema de violencia y tensión de esos años; hay, en todo caso, que fijarnos muy bien en los detalles para no volver a cometer errores y aceptar que sí, que la culpa no es sólo de los terroristas sino de la sociedad.
Así se empieza a entender, al cabo que se van observando las fotos y también las leyendas tanto de las mismas fotos como los resúmenes de lo que se muestra, del contexto que se expresa en ellas, cómo la violencia surge desde ideologías, desde deseos de cambiar la situación de un país en el cual los de arriba permanecían tranquilos obviando las quejas de un pueblo pobre y siempre visto hacia abajo. La violencia parte de nuestra sociedad, de una sociedad mal estructurada, una sociedad a veces insensible; no se trata así de una violencia que se gestó de un día para otro, sino de una rabia que fue alimentando la mente de unos individuos radicales que quisieron cambiar eso, pero que degeneraron su misión y terminaron haciendo un daño aún peor. Hay que comprender como primera lección que la violencia nace desde la sociedad pero afecta a la misma después. Luego vamos recorriendo con la mirada los hechos violentos ocurridos, imágenes algunas veces fuertes, otras veces emotivas; las personas que comparten estos momentos conmigo, que también buscan explicación y si se puede consuelo de algún tipo en las imágenes, caminan con tranquilidad, se toman su tiempo para observar y leer, en un interés en nada forzado: nadie los ha obligado a venir pero aquí están, y con una solemnidad que contagia, que lo hace a uno comprender, tal vez hasta más de lo que logran las fotos, la importancia de aquella época; es una exposición entonces no solo de imágenes sino de vivencias, que van plasmadas en las personas que transitan frente a mí; que se detienen a leer, que miran, que callan, que sienten.
También se descubre que si bien el terrorismo realizó masacres, violencia y produjo sufrimiento, contra las propias personas a las que proclamaban proteger; también es cierto que el estado por medio del ejército produjo abusos, como se puede observar en las fotografías acerca de los penales, donde tanto terroristas -y hasta tal vez algunos que no lo eran, que fueron acusados falsamente- fueron asesinados sin ser juzgados atentando así en contra de los derechos humanos. Descubrimos cómo el mismo pueblo tuvo que armarse para combatir al terrorismo, cómo los sectores más oprimidos fueron los que se sacrificaron y batallaron en apoyo al ejército, cómo se conformaron grupos de ayuda; en resumen, cómo se unió nuestro país para tratar de salir adelante.
Durante el recorrido muchas fotografías estremecen, conmueven y hata producen algo de rabia, una impotencia, un malhumor al preguntarse por qué no se pudo evitar aquello; como me lo comentó la amiga con la que fui, que me acompañó sin tener que hacer esta asignación y a la que también conmovió esta exposición; y es que es necesario sensibilizarse, es necesario conocer a nuestro país; de nnguna manera ignorar este tema, en ninguna medida tratar de no tocarlo, sino que hay que enfrentarlo y tratar de vivirlo. Y estas fotos a las que me refiero, por mencionar algunas, las que llamaron más mi atención, son por ejemplo la de aquel niño que celebra su cumpleaños, que sopla una vela entre banderas y pintas que no deberían ser parte de la infancia de nadie; y es que como a esa edad se puede comprender algo tan complejo, y qué cobardes al arrastrar a estos pobres niños, al utilizarlos. También está la imagen que que capturaron aquellos periodistas atacados, muertos en el cumplimiento de su labor; es entonces cuando alguien como yo que quizá termine siendo un colega, trata de entender esa valentía, esa intención de perseguir las imágenes, de tratar de llegar al pueblo con ellas; es entonces que uno descubre que hay sentimientos que no conoce, hechos que uno no está dispuesto a realizar; uno mismo se cuestiona y trata de ser mejor. Tenemos también la captura fotográfica del momento en el que un soldado enseña a los miembros de una comunidad en la selva a batallar con armas, ahí están los rostros desorientados de muchos de ellos que no saben cómo tomar el rifle, que no entienden; incluso las expresiones risueñas como quien piensa que todo esto no es más que un juego, que aquello de la violencia no existe. En el último cuarto ya, antes de salir de la exposición, se mezclan mil voces, que gritan, que se desprenden de esos rostros aprisionados en la memoria de un país; es entonces que a uno se le produce un escalofrío al oir sus testimonios.
Pero finalizda la exposición, esas imágenes aún permanecen en la retina, en la memoria, en el corazón;estoy caminando por el malecón Grau, junto a mi amiga, estamos observando el mar, el paisaje hermoso y pacífico; nadie ha dicho nada pero los dos seguimos pensando en aquellas imágenes y en aquellos testimonios de la violencia y de sus víctimas, podemos estar tranquilos en la calle y recién comprendemos que tenemos suerte de que aquella etapa haya terminado, pero también sabemos que si no tenemos cuidado, un cuidado social, aquello puede resurgir; es entonces responsabilidad de nosotros trabajar por un país en el que esos hechos no afecten a nadie más.
Y entonces al observar el mar y las luces de una nocturna Lima, de un nocturno Chorrillos, se siente un poco más de paz dentro de uno mismo; luego de comprender un poco mejor la historia de nuestro país, al saber que caminamos con cicatrices que marcan nuestro cuerpo -en una acepción que refiere al cuerpo de un país- producto de aquellos tiempos de terror. Entonces se piensa en el sentido de la palabra reconciliación, y es que ésta sólo es posible, esta reconciliación del Perú consigo mismo solo es posible, si se esclarecen aquellos hechos y se encuentran los culpables, los por qués. Termino citando las palabras de Salomón Lerner al referirse a los objetivos de esta Comisión de la Verdad y Reconciliación y sobre todo a este último término, reconciliación: "... para que sea ella, la verdad, únicamente la verdad, el punto de partida de una nueva manera de organizar nuestra vida en común, de edificar un país reconciliado consigo mismo y reconciliado con las víctimas dolientes que aún esperan que se haga justicia."
César Ricardo Nieri Rojas
Facultad de Comunicación
Universidad de Lima
Perú
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