Edición Enero 2004

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  Autor:  Pedro Pablo Peñaloza Ochoa Anterior     Trabajo Publicado      Siguiente
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Sociedad
Humanizar la Globalización - 03/11/2003


Humanizar la globalización


Además de acabar con las barreras arancelarias y abrir los mercados, la integración a escala mundial requiere un incremento de la democracia y la justicia social

Pedro Pablo Peñaloza

Robert I. Rotberg y Carlos Martínez jamás se han visto. El uno desconoce la existencia del otro, pero en algo coinciden estos dos ciudadanos del mundo: La globalización es un proceso indetenible, que ha llegado para quedarse, y que puede ser aprovechado en beneficio de la humanidad.

Allí terminan las convergencias entre ambos, pues el primero, oriundo de Estados Unidos, pertenece a la más fina estirpe del academicismo de su país y ocupa un sillón en la mesa de directores del Centro Belfer de la Ciencia y los Asuntos Internacionales de la escuela de gobierno J.F. Kennedy de la Universidad de Harvard.
En cambio, el segundo, nacido en España, forma parte de una raza distinta, que se autoproclama heredera de “los primeros revolucionarios comunistas que consiguieron el poder para el pueblo en la historia”, y que tiene su particular quinta columna en Internet para disparar contra el “monopolio informativo impuesto por las grandes corporaciones” a través de su página Rebelión.

Los miles de kilómetros bañados por el Atlántico que los separan geográficamente, se multiplican en el árido terreno ideológico, donde la brecha que los aleja parece insondable.

Rotberg pregona la buena nueva de un “proceso que acerca a las personas y a las economías del planeta y que se reproduce en todo lo que hacemos”; al tiempo que Martínez lanza sus anatemas digitales contra “un sistema que causa sufrimiento en la mayoría de la población, vulnera la democracia y es defendido por los que tiran misiles a los mercados”.

Restar y restar

Los conceptos emitidos por estos antagonistas, consultados por TalCual, se suman a la infinidad de acepciones que alrededor de la palabra globalización se han creado. Pero más que en el campo de la lingüística, la verdadera controversia se produce en el ámbito de las matemáticas, donde las sumas y restas a veces no cuadran.

En mayo pasado, el Fondo Monetario Internacional (FMI) tuvo que admitir que “aún cuando la globalización puede, en teoría, ayudar a promover el crecimiento económico por medio de varios canales, todavía no hay pruebas robustas empíricas de que esta relación causal sea cuantitativamente muy importante”.

Otro organismo pilar de este proceso, el Banco Mundial (BM), comparó la evolución económica de las naciones desarrolladas y las subdesarrolladas en los últimos decenios, y reveló en un informe que “en 1960 el promedio del Producto Interno Bruto per cápita de los 20 países más ricos del mundo era 15 veces mayor que el de los 20 más pobres. Hoy día, la brecha se ha ensanchado hasta llegar a 30 veces (y) el ingreso per cápita en los 20 países más pobres poco ha variado desde 1960 y ha disminuido en varios”.

En 1997, de acuerdo con cifras obtenidas por el BM, la participación de los representantes del tercer mundo en el comercio mundial sólo alcanzaba el 0,4%, la mitad de lo que había sido en 1980.

Los datos ofrecidos por la Organización de Naciones Unidas (ONU), con motivo del advenimiento del tercer milenio, no son más alentadores: Alrededor de 1.200 millones de seres humanos viven con menos de un dólar diario y cerca de la mitad de la población mundial subsiste con menos de dos dólares al día.

La ONU afirma que “a escala planetaria, los 1.000 millones de personas que habitan en los países desarrollados cuentan con el 60% de la renta mundial, mientras que los 3.500 millones de individuos que están en los países de bajos ingresos perciben menos del 20%”.
De los 3.000 millones de individuos aptos para laborar, 140 millones no lo hacen y una cuarta parte está subempleada; mientras que de cada 1.000 personas, menos de 60 cuentan con una computadora y apenas 24 tienen acceso a Internet.

Grandes logros

Pero las estadísticas demuestran, igualmente, que la apertura económica impulsa el crecimiento de los más atrasados y aminora las iniquidades. El BM recuerda que el índice de pobreza global ha disminuido de 65% a 56% en diez años y la ONU calcula que en dos décadas, 15 naciones, que suman más de 1.600 millones de almas, han reducido a la mitad la proporción de sus ciudadanos que sufrían los rigores de la miseria extrema.

En los países en desarrollo, dice Naciones Unidas, la esperanza de vida ha registrado un repunte, pasando de los 46 a los 64 años, ha bajado hasta la mitad la tasa de mortalidad infantil, más de un 80% de los niños estudia en la escuela primaria y se han duplicado las personas que consumen agua potable y gozan de los servicios de saneamiento básicos.

Son más las familias cuyos integrantes devengan un ingreso promedio de seis mil dólares al año, en comparación con los sesenta, y la tajada que corresponde al comercio internacional dentro del producto total de los países subdesarrollados subió del 10% al 17% en el período 1987-1997.

Algo más

Entonces, cabe la pregunta: ¿Tiene la globalización la culpa de todo? “Yo no creo que eso sea así. Millones de personas alrededor del mundo no se benefician actualmente de la globalización, porque no participan en la economía global”, responde a TalCual Calestous Juma, director del Proyecto Globalización de la escuela de gobierno J.F. Kennedy de la Universidad de Harvard.

Juma sabe que “el actual modelo de globalización no tiene el alcance para mejorar la vida de la comunidad mundial, especialmente la de los más pobres” y sugiere la necesidad de incrementar el desarrollo tecnológico en el tercer mundo para corregir estos entuertos.

De ese avance de la ciencia saca partido Adolfo Mena, redactor de Rebelión, quien no ve una contradicción en usar Internet para oponerse al sistema que impulsa a la red. “La tecnología, al igual que los recursos naturales, no son patrimonio de ninguna ideología”, se justifica el antiglobalizador.

Al final, Juma asevera que “muy poca globalización sí puede ser peligrosa” y, desde la trinchera de enfrente, Mena concuerda con esa visión, pero sugiere otros ámbitos distintos a la informática y la economía para desarrollar esa propuesta: “Debemos globalizar la justicia, los recursos, los derechos humanos y la democracia”.

Pedro Pablo Peñaloza Ochoa
Estudiante de 5º año de la Escuela Comunicación Social, Facultad de Humanidades y Educación, de la Universidad Católica Andrés Bello. Email: aydoli@cantv.net