Colaboradores
  Autor:  Diego Fernando Pascual Anterior     Trabajo Publicado      Siguiente
Argentina

Regresar a Index



Sociedad
Historia del Antisemitismo - 15/11/2002


Los primeros odios del mundo

Religioso, económico o biológico. Antiguo, medieval o moderno. Desde hace dos mil quinientos años el antisemitismo causa estragos, adquiriendo, época tras época, máscaras diversas.

Decenas de obras tan delirantes como insostenibles han sido escritas para promoverlo. Otro gran número de obras han sido publicadas para denunciarlo y oponerse a él. Sin embargo, a comienzos del tercer milenio, permanece intacta una de las preguntas más dolorosas de la humanidad: ¿por qué el antisemitismo?

Los textos antisemitas del siglo XX, asombrosamente numerosos pero felizmente hundidos en la vergüenza, aparecen a la primera lectura como un desafío a la verdad histórica, luego como un pesado legajo de pruebas del carácter patológico de sus autores.
Evidentemente resulta tentador, casi irresistible, explicar el fenómeno por una causa única. Autores diversos han querido explicar el antisemitismo por el psicoanálisis, la economía, el fascismo, el capitalismo o el socialismo, en una palabra por factores específicos, todos esencialmente modernos. Casi todos han aportado voces muy valiosas al debate, pero quizá no hayan resuelto el enigma de que causas diferentes produzcan los mismos efectos.
Postular que el antisemitismo tendría una causa única sería mecanizar y minimizar el fenómeno. El antisemitismo grecorromano es intrínsecamente diferente del antijudaísmo cristiano. El cual, a su vez, es fundamentalmente diferente al antisemitismo nacionalista. ¿Cuál es entonces el vínculo que une estos tres antisemitismos de la historia?. Si se lo resumiera en el sentimiento de identidad se ofrecería un primordial esbozo de clave. Si bien no hubo conciencia de identidad en el sentido moderno del mundo grecorromano, esto comenzó a modificarse, con el choque frente al judaísmo. El aporte del judaísmo a un mundo poblado de estatuas, de amuletos y de fábulas fue arrancar, por primera vez en la historia, la divinidad del imaginario humano: el poder supremo del universo no podía ser concebido, ni descrito, ni nombrado. Ahora bien, por ideas lejanamente emparentadas, dos grandes filósofos griegos, Anaxágoras y Protágoras, fueron acusados de impiedad y desterrados de Atenas en el siglo V a. C. La Ciudad, primero griega y luego romana, estaban tan estrechamente aferradas a la representación divina, que una muesca en la estatua de un dios era considerada una impiedad. Por consiguiente, el judaísmo ofendía a la Ciudad con su rechazo a la imagen, es decir a todo el sistema religioso antiguo. Consecuentemente, la condición civil y fiscal de los judíos en el Imperio romano, terminó exacerbando la hostilidad hasta provocar el derramamiento de sangre.
Por su parte, el antijudaísmo cristiano deriva del disenso fundamental sobre el papel del Mesías. Para los judíos, el concepto de "Hijo de Dios", esencial para el cristianismo, equivaldría a una blasfemia; e ahí la indignación de los judíos de las ciudades mediterráneas donde el apóstol Pablo predicaba la nueva fe. Los judíos no dieron el brazo a torcer, y los cristianos - una vez investidos del poder temporal a comienzos del siglo IV- los acusaron a su vez de impiedad, sin tener en cuenta su duda fundamental para con el judaísmo: el concepto de un Dios único. Romano u ortodoxo, pero sobre todo romano, el antijudaísmo viró entonces al antisemitismo.
El antisemitismo nacionalista propiamente dicho, tercer periodo histórico de fenómeno, se halla en germen en el concepto de estado-nación, formulado por la Revolución francesa. Fue a partir de ese momento - siglo XVIII- en que la persecución a los judíos comenzó a basarse también en motivos "raciales". A partir de allí el término antisemitismo adquirió su matiz más infame. Fue reprimido durante algún tiempo bajo el aspecto de emancipación de los judíos; luego estalló con una fuerza creciente por toda Europa, a lo largo del siglo XIX y, mas tarde al siglo XX. Este antisemitismo no tenía ya fundamentos religiosos, apenas unos pretextos que estallaron en pedazos con el nazismo. Mas bien se trataba de motivos, en apariencia culturales, centrados en la acepción germánica de la palabra Kultur, que considera la cultura no como un bien universal, sino como un patrimonio restringido, por consiguiente, antinómico de la cultura misma. En realidad, enfundados en el nacionalismo patriótico, en adelante considerado indisociable de la moral, los estados nación rechazaron a los judíos, que no participaban del cristianismo mayoritario, y por lo tanto de la cultura de la identidad nacional. Eran estos decididamente demasiado cosmopolitas, a los ojos de la opinión pública, para ser considerados ciudadanos leales. Más aun, el judío sería "peligroso" a causa de su falta de "nacionalidad profunda". Tal es así que los conceptos de "nacionalidad" y "nación" se utilizaron como licencia y pretexto para matar al extranjero, como se ha visto en el transcurso de las dos guerras mundiales. De hecho siguen en pie conflictos entre los nacionalismos identitarios, matriz de los cesarismos desastrosos, y los estados democráticos que, aun hoy, no han sido resueltos. La voluntad para resolver estos conflictos exige un "estado de crisis" constante y una vigilancia que no concuerdan con la intolerancia hacia el Otro, promovida, en ocasiones, desde el seno mismo de los gobiernos. Podríamos decir, por lo tanto, que el nacionalismo identitario estaría basado en una noción cerrada de la identidad nacional, por definición xenófoba y por lo tanto racista, mientras que la democracia se respaldaría en la idea de una sociedad presuntamente tolerante y abierta hacia el Otro, o mejor aun, para retomar el concepto de Emmanuel Levinas, en la idea de alteridad.
En las tres épocas, el soplo que atizó la crueldad fue el sentimiento mal formado de identidad. Imperialista, religioso, luego nacionalista, no era sin embargo el mismo, pero en sus tres formas acumularon víctimas.
Sin duda no hay otro fenómeno que haya suscitado tantos delirios y mentiras como el antisemitismo y, particularmente, los campos de la muerte. Prueba evidente de esto es el desconcierto, y sin duda la culpabilidad, que este espantoso episodio, único en la historia por sus proporciones y la sangre fría con que fue ejecutado, suscitaba y sigue suscitando en las conciencias. Prueba, al mismo tiempo, la dificultad de desprenderse de nociones acarreadas históricamente como el patriotismo de exclusión y la necesidad de conservar la "raza pura", desafiando todos los datos de la biología.


El caso argentino

La segunda mitad del siglo XX iba a demostrar que el antisemitismo moderno no es ya de origen exclusivamente cristiano, como lo fue durante tantos siglos, ni de origen esencialmente alemán, sino que es cultural y está ligado a la fantasmal noción de territorio, de patria y de una cultura que había que preservar en su "pureza".
El caso más elocuente al respecto podríamos encontrarlo es el de la Argentina.
El 24 de marzo de 1976, comandado por tres oficiales superiores, Videla, Massera y Agosti, él ejército derrocaba a la presidenta Estela Martínez de Perón, disolvía el Congreso y prohibía los partidos políticos.
Comenzó entonces un siniestro período durante el cual unas treinta mil personas fueron detenidas y "desaparecidas". En ese total, había de todo: opositores políticos, periodistas, universitarios, mujeres embarazadas, etc. Dentro de esta larga nómina de desaparecidos, se encontró luego una elevada proporción de judíos. El terror militar, como era de esperarse, reavivó invariablemente la fibra infecta del antisemitismo.
La represión del peligro imaginario que amenazaba a la Argentina servía pues, una vez más, como en la Alemania de 1933, para perseguir a los judíos.
Los testimonios son demasiado numerosos, demasiado precisos: en cuanto sus verdugos descubrían su religión o encontraban en su domicilio literatura yidis o hebraica, el tratamiento de los sospechosos empeoraba; se les pintaban esvásticas y sus torturadores declaraban que enseñarían, ellos, a los nazis cómo se debía operar (según el informe Nunca más de la CONADEP). Los inspiradores más conocidos de este horror, Villar y Veyra, oficiales de la Policía Federal, aplicaban las instrucciones e ideas de la literatura policíaca del Tercer Reich. Medidas que, evidentemente, eran las más aptas para "defender la patria y la cultura argentina". Luego de las torturas, cuando ya las víctimas no estaban presentables, oficiales "rubios" como Alfredo Astiz les daban el disparo de gracia para arrojarlas luego al mar o enterrarlas en fosas comunes.
Se puede asegurar sin dudas, a este respecto, que la Junta argentina enriqueció con un capítulo atroz la historia general de la infamia.


A las puertas del tercer milenio

Las dificultades para la construcción de una Europa unida y los conflictos sucesivos de la ex Yugoslavia, para no citar mas que dos ejemplos de este final de siglo, lo demuestran ampliamente: los nacionalismos indentitarios, todos ellos reaccionarios, todos ellos definidos como rechazo de la modernidad y todos ellos racistas, por lo tanto virtualmente o de hecho antisemitas, proliferan en nuestros días. Por lo tanto creer que la reacción y el antisemitismo han muerto en Auschwitz es una peligrosa ilusión. De manera alarmante el neonazismo se ha desarrollado en Occidente durante las últimas décadas. Se trata, en realidad, de nazis alimentados con hamburguesas en vez de chucrut. Norteamericano, francés, alemán o incluso argentino, sueña con un cuarto Reich. En la espera, comete atentados, se inscribe en los clubes de "hermanos" desde donde profesa su odio a las diferencias, vengan estas de donde vengan. El antisemitismo se desarrollo también en la juventud; al principio bajo la apariencia de una moda: comercialización de insignias nazis, cabezas rapadas, botas y gorras de la SS, tatuajes, en una palabra toda exaltación de un narcisismo primario.
En los suburbios de los Ángeles y hasta en la apacible Escandinavia, motoristas y skinheads de toda clase, creen ser la reencarnación misma de los vikingos y de la SS, irrumpen en las calles y, con la esvástica en los brazaletes, vociferan su odio al judío y el extranjero. En Francia, tuvieron la audacia de arrojar al agua a bougnoules (negros africanos), alegando su calidad de miembros de un servicio de orden público. En Alemania focalizaron su odio en los inmigrantes, incendiando centros turcos o latinos. Lo que esto públicamente demuestra es que nazismo fue lo que parecía ser: una emanación de mentes desviadas, alimentadas por el culto a la fuerza bruta y por jirones mal digeridos del darwinismo social, con frecuencia merecedores de la internación psiquiátrica.
¿Epifenómenos sin importancia? No. Por que ese discurso simbólico se estructuró. Primero desde el espacio público, luego la misma demencia, se volcó en Internet y en diversas publicaciones amparadas por la libertad de prensa y garantizadas por la primera enmienda de la Constitución.
Hitler, Himmler y muchos otros, eran al principio tristes y oscuros burgueses que no se habrían distinguido del resto de los pasajeros de un vagón de tren. Se vieron invadidos pasivamente por un furioso nacionalismo identitario, agravado por una ideología específica de la época, confusa, movida por fantasmas y por la negación misma del intelecto. Pensar que hoy un nuevo Hitler o Himmler viaja junto a nosotros bastaría para quitarnos el sueño.
El interrogante que se esboza entonces es el siguiente: ¿se puede cambiar al ser humano? ¿ Puede quitársele su ancestral miedo al Otro y su sujeción primaria al suelo? idea que dio origen a todos los totalitarismos en el mundo y que inspiró en antaño a la inquisición, organización que pretendía perseguir la herejía hasta el corazón mismo de los hombres. Cada vez que se ha pretendido cambiar, o mejor dicho imponer, para "purificar" se ha asfixiado.
Puede decirse a cada uno, incluso a quienes no se interesan en la historia, a aquellos para los que el antisemitismo es un fenómeno lejano y no les concierne, aquellos para quienes el horror es un accidente de la historia que no compromete su futuro, a todos ellos se les puede decir que las persecuciones antisemitas han sido siempre obra de regímenes totalitarios, tiránicos, en los que con frecuencia el estado nación pretendía aplastar al individuo en nombre de la "tribu". Un vínculo perverso, orgánico, ineludible, une el antisemitismo con la negación de la libertad y la democracia. No hay pues autoridad inocente. Corolario: el antisemitismo es un termómetro de la alergia a la libertad. Desde luego, la historia general del antisemitismo no se detiene aquí. La reflexión a la que nos compromete conduce a la filosofía y a la política como espacios fundamentales para cuestionar y cuestionarse.

Diego Pascual es Lic. En comunicación social.
Mendoza Argentina


Diego Fernando Pascual
Licenciado en comunicación social UNC. (Universidad Nacional de Cuyo- Mendoza. Argentina