Cultura
Appadurai: dimensiones culturales de la globalización - 15/11/2002
LA CULTURA SIN MAPAS
- Las migraciones masivas y la mediación electrónica son, para Appadurai, las dos fuerzas en acción simultanea que caracterizan hoy las dimensiones de la cultura global.
Para aquellos cuya profesión es examinar productos culturales, o incluso culturas enteras, la globalización significa que deben emprenderse nuevos acercamientos y que deben desplegarse nuevos discursos para explicar el presente.
Mas que un "proyecto incompleto", como sostiene Habermas, la modernidad es vista por Appadurai como entrando a una nueva etapa donde grandes flujos reestructuran la vida de las sociedades del planeta, en particular, el flujo migratorio y el de la información.
La centralidad de los medios de comunicación en la ruptura de la sociedad tradicional es compartida con el fenómeno de la migración y la constitución de lo que el autor llama audiencias migratorias o espectadores desterritorializados. Es por esto que Appadurai afirma que esta relación cambiante e imposible de pronosticar que se establece entre los eventos puestos en circulación por los medios electrónicos, por un lado, y las audiencias migratorias, por otro, define el núcleo del nexo entre lo global y lo moderno.
Como resultado de efectos tales como la transmisión de noticias en videos digitales vía computadora, la tensión que surge entre el espacio público del cine y el espacio privado donde uno mira un video, evidencia la transformación de las formas expresivas vigentes de cada contexto particular.
Lo mismo que ocurre con la mediación ocurre con el movimiento. Por cierto, las migraciones en masa, ya sean voluntarias o forzadas, no son un fenómeno nuevo en la historia de la humanidad. Pero cuando las yuxtaponemos con la velocidad del flujo de las imágenes, guiones y sensaciones vehiculizadas por los medios masivos de comunicación, tenemos como resultado un nuevo orden de inestabilidad en la producción de subjetividades modernas. Cuando los trabajadores turcos en Alemania miran películas provenientes de Turquía en sus apartamentos de Berlín, y los coreanos en Buenos Aires miran las imágenes de las Olimpiadas de Seúl que les llegan de Corea vía satélite, lo que estamos viendo son imágenes en movimiento encontrándose con sus espectadores desterritorializados. Esto da lugar a la creación de esferas públicas en expansión, fenómeno que hace entrar en cortocircuito las teorías que dependen de la continuidad del Estado-nación como árbitro fundamental de los grandes cambios sociales. Ni esas imágenes ni esos espectadores calzan prolijamente en circuitos o en audiencias fácilmente identificables como circunscriptas a espacios nacionales, regionales o locales. Por supuesto, muchos de los espectadores no necesariamente migran. Y por cierto, muchos de los eventos puestos en circulación por los medios de comunicación son, o pueden ser, de carácter meramente local. Pero son pocas las películas importantes, los espectáculos televisivos o las transmisiones de noticias que no son afectados por otros eventos mediáticos provenientes de afuera, convirtiéndonos, de alguna forma, en una suerte de habitantes planetarios sin movernos de casa. Es en este sentido que podemos decir que las personas y las imágenes se encuentran, de forma impredecible, ajenas a las certidumbres del hogar y del país de origen, y ajenas también al cordón sanitario que a veces, selectivamente, tienden a su alrededor los medios de comunicación locales o nacionales. Este proceso evidencia un nuevo espacio de disputas y negociaciones simbólicas mediante el cual los individuos y los grupos buscan anexar lo global a sus propias prácticas cotidianas.
Las ciencias sociales después del patriotismo
Si nos encontramos frente al ocaso histórico del Estado-nación, el reto para las ciencias sociales, ciertamente, no es menor. ¿Cuál va a ser en adelante el mecanismo que asegure la protección de las minorías, una distribución mínima de los derechos democráticos o una posibilidad razonable de desarrollo de la sociedad civil?
Los Estados-nación, en tanto unidades de un sistema interactivo complejo, probablemente no sean los que vayan a arbitrar, a largo plazo, la relación entre la globalidad y la modernidad. Esto es lo que Appadurai sugiere cuando dice que la modernidad anda suelta y está fuera de control, a la deriva, desbordada. Por lo tanto, podemos suponer que los materiales para la elaboración de un imaginario posnacional ya deben estar aquí, a nuestro alrededor.
La ola de debates acerca del multiculturalismo que se extendió a lo largo y a lo ancho de Europa y Estados Unidos es un testimonio seguro de la incapacidad de los Estados para prevenir que sus minorías étnicas se vinculen y se asocien con sectores más amplios del globo por su afiliación étnica, cultural o religiosa. Estos ejemplos parecen sugerir que la era en la que podíamos presuponer que una esfera pública viable era, típica, exclusiva o necesariamente "nacional" probablemente haya llegado a su fin.
Las esferas públicas diaspóricas, que, por cierto son muy diversas y muy distintas entre sí, son el crisol donde se cocina un orden político posnacional. Los motores de su discurso son los medios de comunicación masiva, tanto los expresivos como los interactivos, y los movimientos sociales. Por esto, es probable que, al final, el orden posnacional emergente no sea un sistema de unidades homogéneas, como sí lo es el actual sistema de Estado-nacion, sino un sistema basado en relaciones entre unidades heterogéneas (movimientos sociales, asociaciones profesionales, organizaciones no gubernamentales, etc.). El gran desafío para este orden emergente será ver si tal heterogeneidad es consistente con ciertas convenciones mínimas de normas que no requieran de una adhesión estricta al contrato social liberal del Occidente moderno. Seguramente esta cuestión decisiva no será resuelta mediante un acto académico sino mediante negociaciones entre mundos imaginados por estos diversos intereses y movimientos. En el corto plazo, como ya se puede ver, es muy probable que sea un mundo de creciente violencia y falta de civilidad. En el largo plazo, ya libre de los constreñimientos de la forma de nación, puede que descubramos que la libertad cultural y que una forma sostenible de justicia en el mundo no tienen por qué presuponer la existencia general y uniforme el Estado-nación. La modernidad desbordada es quizá optimista acerca de las posibilidades que abre la globalización, pero, esta inquietante posibilidad, podría ser uno de los dividendos más apasionantes derivados del hecho de vivir en una modernidad sin contenciones.
Diego Fernando Pascual
Licenciado en comunicación social UNC. (Universidad Nacional de Cuyo- Mendoza. Argentina
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